Medito por necesidad. Así de simple. Si no lo hiciera mi mente se creería con derecho a esclavizarme, a llevarme a esos callejones sin salida ya conocidos, a paisajes absurdos. He pasado muchos años a la deriva en medio de la tormenta, con breves destellos de claridad. Y quizá esa es una de las metas: la claridad mental. Salir de la dispersión que me acorrala cada día y poder ver un poco más allá de lo inmediato.
Medito para sosegarme. Para cultivar mi paz. Hay cerebros o estructuras físicas y psicológicas que son más permeables al entorno. Las aglomeraciones, el ruido del tráfico, las notificaciones de las redes sociales, todo lo siento más estresante y me conduce a un cansancio permanente. Meditar me proporciona descanso real, profundo y reparador. Porque para mí no hay descanso completo si no incluye la paz mental.
Medito porque es mi terapia gratuita. En postura sedente puedo observarme desde ese mirador privilegiado que es mi alma. Obtengo una perspectiva sobre cómo interpreto el mundo y cómo reacciono a mi relación con las emociones, los sentimientos, el pasado, el futuro, la incertidumbre… la vida. Conocerse es un derecho y un deber, y quizá lo más honesto que podemos hacer con el regalo de estar vivos.
Medito porque en lo insondable puedo trascender este personaje que he construido. Dejo de ser Javier para integrarme en un vacío nutritivo que me abraza. Comprendo entonces que soy algo más que un cuerpo y que en ese estado sin límites sigo siendo algo, una conciencia, un ser que se sabe parte y también Todo, y que no necesita hacer nada, solo Ser.
Medito porque en esa conexión con la fuente mi creatividad se vuelve efervescente. Da igual el asunto, más allá de las creencias e ideas fosilizadas hay una vastedad de posibilidades infinita. Esto me sucede en medio de la práctica, al finalizar y también en los momentos cotidianos. Es como si tocara una tecla y el Universo respondiera con una melodía a partir de ese sonido básico.
Medito porque en ello he hallado una vía de comunicación con los demás más allá de las normas establecidas. Y también porque he reubicado mi voz y le he dado un lugar donde tiene sentido. Antes buscaba esa coherencia cantando. Ahora lo hago transmitiendo desde el habla. Palabras que están al servicio de la intuición y sobre todo del Corazón.
Medito porque meditar me mete más en la vida, en lo real. Meditar va de eso, de salir de la ruta establecida por tus condicionamientos familiares y culturales, y estar en lo que es sin etiquetas. El trabajo del no juicio, de la aceptación, de la autocompasión, de la Unidad, de la Gratitud, solo me dan alegrías y me quitan el velo de los ojos. Y verlo a veces duele, pero aspiro a la completitud, esa es mi cima.